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Quizá esta frase nos dé le clave para comprender nuestra actitud cristiana ante la violencia. La no violencia no es pasividad, no es pasar por alto las injusticias. Es lícito denunciarlas, tratar de remediarlas, pero de tal modo que no origine otra violencia mayor. Como dijo José Antonio: "La violencia no es censurable sistemáti– camente. Lo es cuando se emplea contra la justicia." Sin embargo nuestra perplejidad llega hasta esa frontera para preguntarnos: ¿Cómo tengo que obrar yo concretamente en esta circunstancia en la cual la violencia me avasalla?. Cada pregunta tiene su respuesta, cada problema su solución. Pero siempre será válido para el cristiano aquello de San Pablo: "Procura vencer el mal con el bien". La liturgia de hoy nos trae, también, unas palabras de San Pedro que escribe familiarmente: "Queridos hermanos: si obrando el bien soportáis el sufrimiento, hacéis una cosa hermosa ante Dios, pues para eso habéis sido llamados, ya que también Cristo padeció su Pasión por vosotros, dejándoos un ejemplo, para que sigáis sus huellas". Uno se puede preguntar si en este nuestro mundo tan sofisti– cado esa doctrina lleva a alguna parte. Podemos responder con– cretamente que lleva a resultados mucho mejores que su contra– ria. La guerra engendra guerra; la violencia, violencia; el odio, odio, y así en cadena interminable. Pero cuando la cadena se rompe por alguien que no quiere seguir el juego de la violencia podrá surgir un mártir, pero ese martirio florece en frutos de paz y de comprensión entre los hom– bres. A esos seres y a sus ideas se les recuerda durante mucho tiempo y ellos influyen mucho más que los arrasadores de fronte– ras. El mayor profeta de la no violencia, en nuestro siglo, ha sido Gandhi. El no fue cristiano oficialmente, pero se sabía el sermón de la montaña de memoria y procuraba ponerlo en práctica. El es– cribió: "Mientras exista un hambre no saciada y mientras no hayamos arrancado de raíz la violencia de nuestra · civilización, Dios no ha nacido todavía. El sermón de la montaña me reveló el valor de la resistencia• pasiva. Sentí una alegría incontenible al leer estas pa– labras: "Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os persi– ·guen". 55

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