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Son batallas ganadas, pero la guerra está perdida. No me creas pesimista. La prueba la tienes tú mismo, en tu bolsillo, al al– cance de tu mano. Ese calmante que llevas muy a mano, en casa, en la oficina, en la fábrica o en el tren. Para tomarlo sobre la mar– cha. En el gesto de un hombre que toma un calmante van demos– tradas dos cosas: la lucha de la humanidad contra el dolor, y la persistencia del dolor a pesar de la lucha de la humanidad. ¿Entonces? Está bien luchar contra todo dolor, los del cuerpo -que quizá desaparezcan un día totalmente- y los del alma que según estadísticas van en aumento; pero todos hemos de aceptar nuestra ración de dolor en la vida. La cruz es ineludible. Lo im– portante -y esta actitud por cristiana y humana es la más racio– nal- es saber cambiar la cruz en bendición. Se lo dijo Cristo por el camino a los discípulos de Emaús, y nos !o dice a nosotros. "¿No era necesario que el Mesías padecie– ra todo eso para entrar en su gloria?" Y se lo fue explicando ... Eso que todavía constituye un misterio para nosotros, el porqué del dolor, cuando no nos ilumina la luz de Cristo. Se cuenta que el filósofo ruso Berdiaev pasó la Pascua en un célebre monasterio. Una noche salió de su celda para hablar con un monje sabio y santo. Fueron pasando las horas y se fueron apa– gando las luces. Cuando salió, ya media noche, y atravesó el claus– tro no pudo conocer, entre las sombras, la puerta de su celda. To– das eran idénticas y estaban simétricamente ordenadas. Se volvió para atrás y a lo lejos la luz de la celda que había abandonado se había apagado también. Pensó muchas cosas. Pensó en llamar. Pero, delicado hasta lo sumo, prefirió pasar la noche paseando y pensando antes de despertar a cualquier monje o tentar en una celda que no fuese la suya. Cuando llegó el alba se dio cuenta que había pasado cientos de veces frente a su propia celda. Era la que tenía enfrente y en las sombras no la había reconocido. Nosotros vamos por el camino de la vida. El dolor nos asalta. Renegamos, luchamos bravamente contra él. De pronto una luz se nos hace dentro del alma y nos damos cuenta que detrás de aque– lla cruz estaba Cristo mismo. La cruz era una bendición de Dios. Por eso, cuando pedimos a cualquier sacerdote que nos bendiga traza sobre nosotros la señal de la cruz. 53
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