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Cristo repite insistentemente esa palabra al instituirlo, alienta sobre los apóstoles, les dice: "Recibid el Espíritu Santo, a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos". Es mucho más que un deseo. Es un gran milagro de Dios pa– ra los hombres. Lo que sucede es que cuando el milagro se hace rutina, deja de llamarnos la atención. Ahora, cuando anhelamos la paz los hombres superciviliados, buscamos al psiquiatra. La psicología profunda pretende entrar hasta las raíces más retorcidas de nuestros subconscientes para .arreglarnos la psiquis y devolvernos la paz. Vamos al psiquiatra para encontrar la paz. Me atrevo a profetizar que cada vez iremos más al psiquiatra. A él se lo contamos todo. No sentimos el reparo que ante el confesonario. Y, sin embargo, hasta donde no puede llegar la ciencia, llega la gracia de Dios. El milagro se hace en lo más hondo de nuestro ser. El pecado queda completamente borrado, para siempre, en esta vida y en la otra. Cristo lo ha hecho así, porque conocía suficientemente bien a ese ser complejo llamado hombre, creado por El, del cual tomó El mismo la carne para comprenderle mejor, y sabía perfectamente la necesidad que todos sentimos infinidad de veces de volcar fuera esa basura que llevamos dentro. De compartir con otro el peso que nos oprime el alma. Por ello a.lentó sobre sus apóstoles todo el poder del Espíritu Santo para que no se amedrentasen ante todos los delitos huma– nos y lo perdonasen todo. ¿Todo? Nos habla el Evangelio de hoy de perdonar y retener. Justamente las palabras que hacen que la confesión sea como es: de viva voz, de hombre a hombre, o mejor de hombre a Dios. Porque el sacerdote es ministro del Dios perdo– nador. Pero el que pueda perdonar todo depende justamente del arrepentimiento del que confiesa su pecado. Porque no hay peca– do que pueda resistir la gracia del sacramento que Cristo resuci– tado instituyó para dar la paz a los hombres. En la revisión de lo sagrado llegará su hora para este sacra– mento. Mas no podremos quitar lo que Dios puso. Y si lo hiciéra– mos -la Iglesia no lo hará- sería para perjuicio de las almas. ¿Quién nos daría entonces la paz? 51
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