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Cristo lloró con nosotros para mostrar su condolencia: "Se hi– zo todo semejante a uno de nosotros en todo, excepto en el peca– do". Lamentó tanto o más que cualquiera de nosotros todas las calamidades que sufrimos los mortales. Cristo lloró por nosotros para mostrarnos que es necesario, a veces, llorar. Que es bueno llorar. Las lágrimas son un sedante pa– ra el alma. Arrastran toda esa amargura que se va posando como una contaminación de tristeza en lo hondo del alma. Ese lastre nos puede ahogar. Las lágrimas lo sacan a flote y hacen que no nos ahoguen. San Agustín, que escribió aquella frase tan repetida de "las flores se marchitan, las lágrimas se evaporan, pero las oraciones Dios las recibe", para mostrar la utilidad de la oración por los di– funtos y la inutilidad de todo lo demás, hubo una ocasión en que se convenció de lo contrario. Fue cuando la muerte de su madre. Sucedió esto lejos de su patria. En Roma. Vio las lágrimas de todos y no hizo lo que Cristo que se echó a llorar, sino que se resistió todo lo que pudo. Pero la pena le estrangulaba el alma. Puso todos los remedios para su– perarse, pero inútilmente. Hasta que al fin, en sus "Confesiones" nos confiesa: "Y solté las riendas a las lágrimas que tenía contenidas para que corriesen cuanto quisieran. Mi corazón descansó en ellas. Tus oídos me escuchaban allí, no los de ningún hombre que orgullosa– mente pudiera interpretar mi llanto. Y ahora, Señor, te lo confieso en estas líneas. Léalas quien quiera e interprételas como quisiere. Y si halla pecado en haber llorado yo a mi madre la exigua parte de una hora, a mi madre muerta entonces a mis ojos, ella que me había llorado tantos años.. " ¿Por qué va a ser pecado? Nos admira S. Agustín. Cuando Cristo lloró ... Nos lo dice el Evangelio tres veces. Dos en este pa– saje y otra cuando la visión profética de la Jerusalén destruida. Y otras muchas veces suponemos que lloraría, aunque no nos lo di– ga: Al nacer, al morir José, al separarse de su madre ... ¿En Get– semaní? Si hubiera llorado por los ojos, quizá su cuerpo no hubie– ra tenido que llorar lágrimas de sangre. Lloremos, pues. Es muy humano. Es cosa de hombres. De hombres y de Dios, Cristo era el Dios-Hombre y lloro. 43

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