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uinto domingo de cuaresma Ezequiel 37, 12-14 Romanos 8, 8-11 Juan 11, 1-45: "Jesús se echó a florar". EL LLANTO DE CRISTO Sé que el evangelio de la resurrecc1on de Lázaro es uno de los evangelios más importantes de todo el Evangelio. Sé que con él en la mano se pueden demostrar muchas cosas. Pero hay una cosa evidente: Que Cristo lloró. Y si lloró Cristo, el llorar es cosa de hombres. Porque no hay, ni puede haber, hom– bre con más grande personalidad que Cristo. Es persona divina. Y su naturaleza humana ha sido la más perfecta que pisó polvo en el mundo. Y Cristo se echó a llorar. En aquel momento de dolor, ante la muerte de un amigo, las lágrimas de Cristo fueron la expresión más elocuente de su amor por el amigo. Aún más: de su compa– sión ante el dolor de los demás. Pues de sobra sabía él el maravi– lloso milagro que iba a realizar allí mismo a !a vista de todos. Y que el amigo ausente por la muerte, la mortaja y la piedra sepul– cral, iba a surgir vivo delante de todos. Se compadeció ante el dolor de los demás. Si por El fuera no habría dolor en el mundo. Pero no es cosa suya. Sino cosa nues– tra. De nuestro pecado y de nuestros pecados. Dios quiso un mun– do feliz, sin dolor y sin llanto. Eso que se llama la antesala del cielo. Fue el hombre el que echó a rodar el dolor en el mundo. Desde entonces, la vida de todo hombre está enmarcada por dos lágrimas. la que lanza al nacer, y que deja rodando en sus meji– llas al cerrar los ojos para siempre en esta vida. Cristo tomó cuerpo humano, precisamente para eso, para su– frir por nosotros. Para padecer por nuestros pecados. Para que nosotros fuésemos redimidos, se metió a redentor y "salió crucifi– cado". ¡Lo que hubiésemos sufrido nosotros si todo hubiera que– dado a la mera expiación de los hombres! 42
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