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Tercer domin~o de cuaresma Exodo 17, 3-7 Romanos 5, 1-2. 5-6 Juan 4, 5-42: "La mujer entonces dejó su cán– taro, se fue al pueblo y dijo a la gente: Venid a ver un hombre que me ha dicho todo fo que he hecho: ¿será éste el Mesías?". ¡MARAVILLOSA MUJER! El sol caía de plano sobre el grupo de caminantes que se acercaban al pozo de Jacob, allá en Sicar. El polvo del camino les resecaba aún más los poros de todo el cuerpo. La sed y el hambre estremecían los cuerpos de Jesús y sus discípulos que al fin llegaron junto al pozo. Los discípulos se fueron a la ciudad a buscar alimentos y a traer un cubo para sacar agua. Jesús quedó sentado sobre el brocal del pozo. El agua cantaba una suave canción refrescante allá en el fon– do, pero Jesús no hacía caso. Parecía esperar algo. Miraba lejos, allá donde el cielo azul besaba el suelo polvoriento. Al fin apare– ció una motita negra que se fue agrandando. Una mujer -la sa– maritana- que venía a sacar agua en el pozo. La mujer miró al hombre y se dio cuenta de que 1.-ira judío. Jesús miró a la mujer y le caló el alma. Ella no se dignó hablarle, los judíos eran enemi– gos ancestrales de los samaritanos. Jesús le dijo simplemente: -"Dame de ,beber. -¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? -Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y El te daría agua viva". El diálogo continuó. Las cosas se fueron descubriendo. Aque– lla mujer era un poco el símbolo de toda la humanidad. De esta humanidad compuesta por ti y por mí y cuatro mil millones de se– res más que andamos buscando, todavía, el agua que nos dé la 38

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