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to. Porque Cristo fue el que siendo Dios --y sin dejar de serlo– tomó CARNE humana. Encarnarse, para nosotros, significa mezclarse en los proble– mas humanos a fin de ser en medio de ellos la sal de Cristo y la luz divina que les dé una perspectiva sobrenatural. Es sentir en la propia carne el dolor de los hombres que sufren hambre, injus– ticia, opresión, y todas esas lacras que las escandalosas des– igualdades sociales han esparcido por nuestro planeta. Instalarse, para el cristiano, significa construirse en lo alto de su fe y su religión una choza para su recreo y su deleite espiri– tual y desentenderse de todo lo que compromete. Es fácil. Es la tentación que todos sentimos. Porque es más cómodo ver desde lo alto los problemas de los demás y desparramar buenos conse– jos o bendiciones celestiales por si aprovechan a alguien. El evangelio de hoy nos tiene que enseñar a nosotros a dejar la suprema instalación para un más allá que será venturoso si acertamos a cumplir nuestra concreta misión acá. Será el premio de la cruz de la encarnación entre las miserias de los hombres. La prueba es difícil, pues se puede fallar por carta de más o de menos. Por carta de más quedándose en un angelismo o un evangelismo sin aplicación a las realidades actuales. El evangelio ha de ser predicado y aplicado hoy para el hombre de hoy. Por carta de menos, olvidándose que Cristo al encarnarse, haciéndose hombre, no dejó de ser Dios. Nosotros podemos intentar una en– carnación tan humana, que nos olvidemos de nuestra misión cris– tiana. Llegar a predicar un cristianismo sin Cristo, una buena nue– va sin evangelio. El cardenal primado de España dijo recientemente: "Procuremos hablar más de Dios y sus misterios, y un poco menos de la Iglesia y sus estructuras, porque de tanto polemizar sobre esto, olvidados de Dios, vamos a terminar por no saber lo que es la Iglesia, ni su fundamento, ni la riqueza de la vida a que obedece su institución". Palabras graves que apuntan a un problema que se está dan– do en el cristianismo español. La luz de la transfiguración nos de– be iluminar a todos. Si no escuchamos a Cristo, si no le llevamos a los demás, somos los más miserables de los hombres. La voz de Dios resonó en lo alto de la montaña y resuena ahora: "Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto: ESCUCHADLE". '37

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