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Hay otra tentación que subyuga con su cántico de sirena el oído de los humanos: la tentación de la vanidad. Ser aplaudidos, alabados, ensalzados... Quien más, quien menos, ha soñado con su pedestal hecho con esos ladrillos huecos de las mil pequeñas vanidades que tanto halagan nuestra imaginación. Si pudiéramos tener un éxito clamoroso, si pudiéramos ser más que los demás, sentir el trueno del aplauso sobre nuestras vidas... Cristo pudo tenerlo. Le fue ofrecido sobre el pináculo del templo de Jerusalén: la ciudad a sus pies y sobre él el cielo dis– puesto a hacer el milagro de caer suavemente desde lo alto. En– tonces toda su vida hubiera sido un camino triunfal. Se hubiera realizado el falso mesianismo de bombo y platillo que habían di– fundido los fariseos entre el pueblo de Israel. Cristo tuvo la gran oportunidad ... ¿Por qué no la aceptó? Porque El, voluntariamente, escogió el camino de la crLiz. Porque su evangelio no era el evangelio de los hombres -incluso los que hoy se dicen cristianos-, porque iba a predicar "aprended de mí que soy humilde" y "el que quiera ser mi discípulo cargue con su cruz cada día y sígame ... ". Y tenemos la tentación del poder. La tentación que medio en sueños hemos sentido alguna vez en nosotros. Hemos sentido el ansia de dominio, de avasallamiento, de reinado sobre los demás. Pocos lo suelen sentir en toda su plenitud. La lógica y el buen sentido nos dicen que no pasamos de ser piedras grises de una gigantesca pirámide donde muy pocos llegan a la cúspide. Algu– nos sí, y sienten esta tentación en toda su intensidad. Algunos la dominan y llegan a ser servidores y benefactores de los pueblos, otros quieren ser los dueños del mundo y lo arrasan todo para rei• nar aunque sea sobre las ruinas. Cristo tuvo la posibilidad de te– ner el mundo a sus pies, si El se hubiese postrado ante el ídolo que se le puso delante. Pero no. "Sólo a Dios ... ". El Dios-hombre nos dio a nosotros ejemplo de cómo se resis– ten las tentaciones. Todos seremos tentados. La tentación no in– dica maldad, sino humildad. Lo importante es vencer, con la gra– cia de Dios, la tentación. El apóstol Santiago dice: "¡Feliz el hom– bre que soporta la prueba! Superada ésta, recibirá la corona de la vida que ha prometido el Señor a los que le aman". 35

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