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de esto. Célebres son los versos de Machado, no escritos para ahora, pero perfectamente valederos, que dicen: "Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón". Los españoles, guerrilleros por naturaleza, somos muy dados a las divisiones y a las banderías. Nuestra lógica suele ser a veces la lógica de las pistolas, y no siempre cuando se ha agotado la otra. El diálogo lo convertimos en disputa. Y quizá nada necesita– mos tanto como de un diálogo sereno. Fernando Díaz-Plaja, en su libro "Los siete pecados capitales de los españoles", se atrevía a afirmar que cási todos los males de los españoles se arreglarían con que cada uno de nosotros pensa– se que el otro podía tener razón. Y los obispos españoles deseando la paz para todos decían: "Han de ser tiempos de paz, de mutuo respeto entre quienes de– fienden puntos de vista o ideologías divergentes, salvados, siem– pre y por todos, los límites de un orden justo y de una fraterna con– vivencia". ¿Puede haber nada más absurdo que matar a quienes no opi– nan como nosotros? Si queremos paz, tenemos que trabajar por ella desde los ho– gares. Sin duda, en todo hogar español -y mundial- se da la in– ternacional tensión de generaciones. El mensaje episcopal dice: "Son muchos los jóvenes que descalifican a su padres y maestros por el mero hecho de pertenecer a otra generación. Y no son po– cos los mayores que reaccionan sólo negativamente ante actitudes características de la juventud actual. También aquí es necesario un mutuo y generoso esfuerzo de paz, para que las energías de to– dos contribuyan al progreso en la convivencia pacífica". Conviene que cada uno de nosotros nos preguntemos: ¿qué hacemos en nuestro ambiente familiar en pro de esta convivencia pacífica e íntima? La Navidad nos ha traído su mensaje de paz. El año -i 975 entra bajo el signo de la paz en la .reconciliación -el premio de la paz se lo dieron a un líder de esta idea- pero todo resbalará sobre nosotros si nosotros no nos abrimos a una autén– tica paz.
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