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Testigos de excepción somos los hombres del siglo XX. Por– que se nos han ofrecido otros mesías y otros paraísos: el ruso, el de la sociedad de consumo ... Y todos nos hemos encontrado con que era cierta la frase del viejo Rockefeller: "Se llega a un punto en que se halla uno vacío, inútil, infeliz... Y entonces, ¿para qué sirve todo eso?" Para ese momento y para todos, sólo sirve Cristo. Dostoievski escribió: "Cristo ha venido para trastocar nues– tros planes". Más bien habría que decir que ha venido para ser nuestro guía, nuestra paz, nuestra felicidad y nuestro salvador. Sin El la vida no tendría sentido. Lo que importa es que no andemos buscando otros caminos, ni otros líderes, ni otros mesías. Lo que importa, de lo contrario no resulta, es que nos entreguemos a El en cuerpo y alma. Sólo cuando nos entregamos de lleno a la Divi– nidad nos convertimos en divinos. Las medias tintas no son bue– nas para nada. Tagore, que no tuvo nuestra fe, pero que tuvo una gran fe y un sentido de lo divino como pocos hombres, escribió en su Ofrenda lírica: "¡Te necesito a Ti, sólo a Ti! Deja que lo repita sin cansar– se mi corazón. Los demás deseos que día y noche me embargan, son falsos y vanos hasta sus entrañas. Cuando la noche esconde en su oscuridad la súplica de la luz, en la oscuridad de mi inconsciencia resuena este grito: ¡Te necesito a Ti, sólo a Ti! Como la tormenta está buscando paz cuando golpea la paz con su poderío, así mi rebelión golpea contra tu amor y grita: ¡Te necesito a Ti, sólo a Ti". Este grito del poeta bengalí, lo podemos hacer nuestro. Todos andamos tras de miles de cosas por la vida. La vida es como un escaparate que las ofrece deslumbrantes de promesas, de felici– dad ... Pero llega ese momento álgido en la vida de cada cual cuando se da cuenta que únicamente El le puede llenar el cora– zón. La conocida frase es antigua y es moderna: "Inquieto está mi corazón hasta que descanse en Ti". 15
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