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Sole1nnidad de Cristo Rey Ezequiel 34, 11-12. 15-17. 1 Corintios 15, 20-26 a. 28. Mateo 25, 31-46: "Cuando venga en su gloria el Hijo del Hombre y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria y serán reúnidas ante él todas las naciones". UN REY DIFERENTE Todos tenemos un concepto majestuoso sobre los reyes. No en vano les damos el título de majestad. ¡Aquellos reyes que hemos visto en los grabados de nuestra historia, con sus coronas apun– tando hacia el cielo, con sus barbas florecidas de victoria o de sa– biduría! La historia nos ha transmitido un aspecto mayestático de los reyes. Modernamente, cuando todo se ha democratizado, los med os de comunicación han puesto a nivel de calle a los reyes. Unos hombres como otro cualquiera. Pero de vez en cuando, por la má– gica ventana de la televisión, asoman los reyes con sus coronas, sus mantos reales, su olímpica majestad ... Restos de un esplendor pasado, pero al fin y al cabo, esplendor. Lo cierto es que todos tenemos el concepto de que ser rey no es ser cualquier cosa. Por ello, en estos tiempos, el título de rey que se ha dado a Cristo, puede sonar mal a muchos oídos. Ese concepto peyorativo se derritirá inmediatamente a la luz del Evangelio de hoy. Nos da– mos cuenta que ante todo y sobre todo es un Rey de amor. Está lleno de caridad, especialmente para los pobres. Su reinado es diferente. Ya había advertido a sus discípulos: "Los reyes de las naciones imperan sobre ellas... pero no así vos– otros sino que el mayor entre vosotros será como el menor, y el que manda como el que sirve". Cuando a Cristo le quisieron hacer rey después de la multi– plicación de los panes y de los peces -un gesto bastante razo– nable, pues, dar de comer a los hambrientos, dar prosperidad a las naciones es el mejor de los títulos-, Cristo se escondió. Cuan– do le montaron en el asnillo y echaron los mantos delante de él y 136
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