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de haber alcanzado nuestra civilización, una cota sorprendente se preguntan muchos: "¿Para que vivir? ¿Por qué vivir?". Los hay que se dedican meramente a gozar lo más posible. Otros a la bohemia de la huída, por medio de la fuga o de la dro– ga. Otros hasta buscan la fatal trampa del suicidio. Lo del antiguo trágico: "Lo mejor no haber nacido, pero después de haber naci– do morirse cuanto antes", vuelve a ser tragedia en la actualidad. Y no, amigos. La vida es hermosa. La vida merece vivirse, no oor sí misma, porque así terminaría por no tener sentido. Sinr "porque somos portadores de valores eternos". Cada cual se pue– de ganar con esta vida exigua, una eternidad feliz. Esa es la gran lección del Evangelio de hoy. El cristiano es ciudadano siempre en trance de superac1on. Es el que tiene ante sí una meta de perfección inalcanzable, pero hacia la que siempre ha de tender. No puede ser para él ex– cusa lo difícil del camino, la lucha, el sufrimiento, la cruz ... No puede enterrar la vida, hacerla inútil. Esa es la gran cobar– día de muchos: puesto que a lo peor la pierdo, lo mejor enterrarla, gozarla... No solo se vive una vez, se vive para siempre. Ya Pitágoras dijo: "No debe abandonarse el puesto sin permi– so del que manda; el puesto del hombre es la vida". Una bonita manera que tiene el cristiano de emplear la vida es haciendo el bien, ayudando a los demás. Es todo el precepto cristiano. Y es lo que nos insinúa la parábola de hoy; negociar... es intercambiar dinero, simpatía, esfuerzo, talento, intereses... ¡Qué bonito lo de Tagore: "La vida nos ha sido dada, pero só– lo se merece dándola"! Por ello, amigos, procuremos emplear bien la vida. Que se pa- sa el tiempo y... "Se nos van los días y no puedo cogerlos. Se me van las horas y no puedo atraparlas. Y en este incontenible galopar de días y de horas hay una realidad que manda: lo que se va es la vida: lo que queda, el alma". 135

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