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muertos en carretera. Pero a pesar de todos los pesares, no pueden saber si eres tú o si soy yo. No valen prudencias. Hay que contar con la locura del otro, con el fallo mecánico. Y entrando dentro de nosotros mismos, con el fallo supermecánico del propio corazón ... Por ello lo más pru– dente de todo es estar siempre apercibidos. Con la luz siempre en– cendida y con bujías de repuesto. ¿Qué? Los sacramentos instituidos por Cristo para los hombres son fuentes donde reparar el alma. Está, por ejemplo, el desacre– ditado y zarandeado sacramento de la penitencia. Bien convenci– dos, después de tantas discusiones, de que es el sacramento de la misericordia, del perdón y del amor de Dios. Quizá no sea tan sabido, o más olvidado, que tenemos, tam– bién el acto de perfecta contrición, que es el acto de amor de tú a tú con Dios. Salvación para muchas almas que se encuentran des– amparadas en medio de la carretera o del camino de su vida. Es ne– cesario saber, en esos momentos, entendérselas a solas con Dios, sin el puente de sus ministros. La v:da tiene sus sorpresas, y la muerte más... Entre millones, una anécdota de hace días. En una populosa . ciudad del norte de España, en el suburbio, un monasterio, una ca– lle por medio y un gran hospital. Un monje se pone a morir. Una embolia. Llega rápidamente el médico, lo examina, manda venir una camilla del hospital -había sólo que atravesar la calle- y dice: "Dentro de tres días se ha recuperado totalmente. No hay cuidado". Y se marchan. En mitad de la calle esperaba la muerte. Así, tan imprevista para médicos y sacerdotes, pues ambos priva– ron·, confiadamente y de buena voluntad, de los últimos auxilios al hermano que murió en la calle. Sin duda a bien con Dios. Y así, ¿cuántos? Como en la parábola. Ni el tiempo para ir a la tienda de la es·· quina y comprar lo que se necesita para que la luz no se extinga. Por ello no olvidemos la advertencia de Cristo. "Velad, porque no sabéis el día ni la hora". í33

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