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cerrado. Programar una Iglesia, una religión al margen de Cristo. "Un Cristo sin cruz o una cruz sin Cristo". Nadie ignora que aún se dan deformaciones más pronunciadas. Muchos han querido, o quieren hacer de Cristo, un líder. De la teología una teología polí– tica. De la predicación una demagogia. La teología tiene que ser siempre teología, no antropología. Y su centro, su piedra angular, siempre será Cristo. Cierto que Cristo vino para salvar al hombre. Que la teología tiene que tener muy en cuenta al hombre. Que hoy la sensibilidad de las gentes es muy grande a las cuestiones sociales. Eso no lo podemos olvi– dar. Sino la Iglesia sería una Iglesia desencarnada y Cristo no se– ría el Verbo encarnado. Pero nunca la teología podrá ser una so– ciología, aunque tenga siempre muy en cuenta los datos que esta ciencia, como otras muchas, le proporcionan. En los últimos con– gresos de teología, donde asistieron teólogos de todas las tenden– cias, se rechazó de plano la reducción de la teología a una antro– pología. Lo cual no quiere decir, que la teología como ciencia que es, no debe avanzar constantemente y tenga muy en cuenta "los sig– nos de los tiempos". Porque si es cierto que Cristo se reveló a los viñadores a través de sus profetas y luego personalmente, ahora se sigue revelando. Y aunque la revelación oficial se haya cerrado con el último de los libros sagrados, todos admiten un progreso en esa revelación que es un más perfecto conocimiento de la mis– ma y una aplicación a los tiempos. Cristo es siempre el mismo -ayer, hoy, mañana-; pero el conocimiento de su misterio y las formulaciones de este conocimiento tienen su historia propia. Nos debe alegrar el que podamos conocer cada vez mejor a Cristo. Pero siempre al Cristo auténtico. Partiendo de las Escritu– ras y de la Tradición, de la cual es depositaria la Iglesia. Esta es– tá fundada sobre la piedra angular que es Cristo. De El jamás po– demos prescindir. Ni de esa piedra, secundaria, vicaria, en la cual El quiso, también, apoyar su Iglesia. Esa piedra que es Pedro y sus sucesores. 123

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