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Vi~ésimo séptimo <lomingo lsaías 5, 1-7 Filipenses 4, 6-9 Mateo 21, 33-43: ª La piedra que desecharon los arquitectos es, ahora la piedra angular". LA PIEDRA ANGULAR La parábola de los viñadores asesinos es una parábola auto– biográfica. La viña es el mundo. Aquel mundo recién creado, fres– co y virginal, donde hasta había un paraíso. Los primeros viñado– res: Adán y Eva. A ellos les fue dicho: "Sed fecundos y multipli– caos, y llenad la tierra y sometedla; dominad en los peces del mar, en las aves del cielo y en todo anima! que serpea sobre la tierra". Les puso una renta, que respetasen un único árbol. El ya vendría para pedí rles cuentas. Y vino, claro que vino. El hombre fue expulsado del paraíso. Dios escogió al fin a un pueblo, al pueblo de la promesa. La gran promesa de que tendrían un Salvador. Les envió unos profetas que les recordaron de vez en cuando la renta de Dios: La Ley. Pero to– dos fueron pereciendo. Algunos fueron serrados vivos. El pueblo escogido fue de dura cerviz. 1 Al fin envió a su propio hijo: Cristo. La historia de Cristo la sabemos. El, también. Pero no por eso dejó de predicar la verdad, y en exigir a los viñadores la renta. Sólo que la cambió en una ley de amor. Pero ni por esas. El murió crucificado. Por eso se escogió otro pueblo. Una Iglesia en la cual él es la piedra angular. Lo fue, lo es y lo seguirá siendo. Pues la parábola tiene el peligro de repetirse. Ahora somos nosotros, los cristianos, el pueblo escogido. Tenemos, también, el peligro de querer aprovecharnos de la viña. Hacer de ella un coto 122

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