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de aquellos que aparentemente no levantan la voz, que parecen someterse en todo, pero luego hacen lo que les da la real gana. Ya el refrán dice: "Dios nos libre del agua mansa... " la idea básica en la parábola evangelica es el arrepenti– miento. Tanto en esta parábola como en la del hijo pródigo como en todas las de la misericordia, lo que Dios quiere ante todo y so– bre todo es el arrepentimiento. Que sean muchos los pecados, en realidad importa poco. Pues la misericordia de Dios supera infini– tamente los pecados de los hombres. Lo que interesa es el arre– pentimiento de los hombres. Cuando esto sucede, Dios perdona con suma facilidad. Cuando el arrepentimiento falta, nada puede hacer el mismo Dios, pues interponemos una muralla entre El y nuestra alma. En la parábola vemos una conclusión que, aparentemente no guarda lógica con lo anterior. Jesús la concluye diciendo textual– mente así: "Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os lle– van la delantera en el camino de Dios. Porque vino Juan a voso– tros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis. En cam– bio, los publicanos y las prostitutas le creyeron. Y, aún después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis". Decíamos que no guardaba lógica la conclusión de la parábo– la con la narración, pero la lógica es perfecta. Porque Cristo la contó para manifestar esto. Y, en realidad, toda su vida la vivió para que comprendiésemos que "El nos amó tanto que se entregó a la muerte por nosotros". "Que El salió fiador de nuestros pro– pios pecados". Por ello, pienso que el mayor pecado que podemos hacer a Cristo es el de desconfianza. Pues es una injuria a su propia vida, a su propio ser de Salvador. No deben ser estas ideas algo así como una invitación a pecar con facilidad. Todo lo contrario. Por hombres y por cristianos, ya que El es tan bueno, no podemos ser malos nosotros. Pero si, a pesar de todo, somos pecadores y frá– giles, jamás debemos desesperar. Su perdón borra todos nues– tros pecados. Su luz destruye todas las tinieblas del mal. Eso sí, con tal de que nosotros nos arrepintamos. 121
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