BCCCAP00000000000000000000934
Vigésimo quinto domingo lsaías 55, 6-9. Filipenses 1, 20 c-24. 27 a. Mateo, 20, 1-16: "¿O vas a tener tú envidia por– que yo soy bueno?". EL SALARIO DE DIOS No sé si aún continuará vigente en los pueblos de la Mancha y de Andalucía esa costumbre de la cual nos habla el Eyangelio de hoy. En la gran plaza del pueblo, bajo las portaladas, se alineaban al amanecer los hombres del pueblo. Eran jornaleros. Los capata– ces llegaban, echaban un vistazo y contrataban a los que les con– venía. Si esa estampa va desapareciendo, es el mejor signo de pro– greso. Pero en la antigüedad eso era el pan nuestro de cada día y de que le contratasen o no dependía también el pan nuestro de cada día, para el jornalero y para los suyos. La parábola de hoy hace pasar al dueño de una viña por la plaza a distintas horas del día, contratando jornaleros. Así, desde el amanecer hasta el atardecer. Y resulta que a la hora de pagar pagó a todos lo mismo. Los que trabajaron durante todo el día pro– testaron. Pero el dueño pagó a cada cual lo que había prometido, ni más ni menos. Y a todos había sido lo mismo. A una mentalidad moderna también le parece injusto el pagar lo mismo al que ha sudado todo el día que al que ha llegado casi meramente a cobrar el salario. A la firma. Sería injusto si la pará– bola no fuese imagen del mundo. Y símbolo de la gratitud de la gracia de Dios. Porque resulta que el mundo es la gran plaza donde todo se compra y vende. Donde estamos nosotros bajo el sol de Dios es– perando consumir la jornada de cada día, para bien o para mal. Y así todo ese largo rosario de días hasta que la vida concluye y la noche de la muerte llega cual telón final. Pero detrás está el Señor para pagar a cada uno lo contratado. 118
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz