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Decimonoveno domin~o 1 Reyes 19, 9 a. 11·13 a. Romanos 9, 1-5. Mateo 14, 22-33: "¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!" NO TENGAIS MIEDO. Cuando el viento ululaba como una fiera enloquecida. Cuan– do las olas eran montañas que jugaban con la barca de los após– toles. Cuando el agua amenazaba con hundir a Pedro y los suyos. Cuando en la noche negra apareció la silueta blanca de un hom– bre avanzando sobre el mar. Cuando todos pensaron que era el fantasma de la muerte que venía sobre ellos y gritaron aterroriza– dos. Cuando ... Fue entonces cuando se levantó la voz cálida y se– rena de Cristo: "¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!". A Pedro se le ensanchó tanto el corazón que le gritó: "Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti, andando sobre el agua" ... -"Ven". El milagro se hizo. Pero de pronto Pedro se detuvo a pensar, se vio zarandeado por las olas, azotado por el viento que le silba– ba en los oídos, y comenzó a hundirse. Cristo le reprochó sólo una cosa: -"¡Qué poca fe! ¿por qué has dudado?" Parece paradójico que en aquellas circunstancias trágicas, Cristo le reproche meramente su falta de fe. No fue ni la tempes– tad, ni la inconsistencia de las aguas, ni la falta de equilibrio lo que hundió a Pedro. Fue la falta de fe. Creía imposible el milagro y el milagro dejó de realizarse. ¿Cuántas veces les echó en cara Cristo su falta de fe? Uno no resiste la tentación de volver a hablar de la barca de Pedro. Siempre se ha comparado su barca a la Iglesia. Y más cuando parece en trance de zozobrar. Un trance que para algunos está próximo. Y ellos remando, gritando, insultando a los otros, achicando agua, la van a salvar. ¡Ilusión vana! 106
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