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EL TESORO Decimoséptimo domingo 1 Reyes 3, 5. 7-12 Romanos 8, 28-30 Mateo 13, 44-52: "El Reino de los cielos se pa– rece a un tesoro escondido en el campo: el que fo encuentra, fo vuelve a esconder, y, lle– no de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo", Los relatos sobre tesoros ocultos siempre han iluminado los ojos y !as fantasías de las gentes. Cristo toma pie de un relato que sin duda tenía que encandi– lar a los oyentes para hablarles de un tesoro más oculto y más va– lioso. Nos imaginamos al buen campesino caminando por el sende– ro, y viendo de repente, rebrillar, a la luz del atardecer, el oro que yace oculto en el campo. Ha sido un hallazgo fortuito, algo como para hacer rico a toda una familia durante generaciones. Algo que le sacará a él del duro trabajo de cada día. No camina más. Ocul– ta el tesoro para que nadie lo encuentre y se vuelve para ver de comprar aquel campo. El dueño piensa que hace un gran negocio, con la venta, sin saber que ha sido engañado. Cristo no alaba el hecho. Sería tanto como alabar la avaricia que tantas veces condenó y la hipocresía. Pues aparte la falta de sinceridad del comprador, moralmente no sabemos cómo se sal– varía. Cristo se limita a poner de relieve un hecho que se da con frecuencia, que serían capaces de repetir el noventa y nueve por ciento de sus oyentes en el mismo trance, y saltar de ese trampo– lín dorado hacia metas más altas: hacia el reino de los cielos. Ese mismo afán que ponemos en las cosas materiales debe– mos poner, y más, por el reino de Dios. Este pensamiento de Cris– to es el denominador común de sus parábolas. Algunas sorpren- 102

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