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Decimoquinto domingo «Nos predestinó a ser hijos adoptivos suyos por Jesucristo, conforme a su agrado; para ala– banza de la gloria de su gracia, de la que nos colmó en el Amado» (Ef. 1, 5-6). LA VISITA QUE «SI» LLAMO AL TIMBRE Estarás pensando ahora, amigo, en el título de la comedia de Cal– vo Sotelo, que no se titula exactamente así, sino «La visita que no tocó el timbre». Esas visitas se siguen repitiendo. Pues uno de estos días la pren– sa nos dio la noticia de un niño recién nacido, aparecido junto a la puerta de un matrimonio sin hijos. Ellos encantados. Lo consideraron una bendición del cielo. Y dijeron que la adoptarían. Un caso similar al de la comedia de Calvo Sotelo. Pero la visita que sí llamó al timbre es la visita de Dios a los hombres. Porque nosotros somos hijos adoptivos de Dios. Pero a diferen– cia de cualquier adopción terrena, donde todo es meramente legal y cualquier parecido con la realidad, mera coincidencia, en el caso de Dios se trata de una adopción donde El mismo realiza el milagro del íntimo parecido de sus hijos con El Padre nuestro... Comencemos por decir que estuvo anunciando durante siglos esa su venida a la Tierra para realizar el prodigio de redimir y elevar a los hombres. 96
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