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¿Cómo se consigue todo eso? En primer lugar pensando que el alma se alimenta de ideas nuevas. Es importante estar abierto a las nuevas ideas. Es una perpetua gimnasia del espíritu. Sólo con las ventanas del espíritu, abiertas a todas las corrientes, es posible cap– tar lo que de nuevo y valioso hay en el mundo de hoy. Luego captare– mos, como en antenas de oro, aquello que nos parece más aceptable. Sin esa apertura no se puede hablar de juventud en la actualidad. Porque el tiempo que por suerte nos ha tocado vivir es un tiempo de cambio. Vemos como. en todos los aspeétos columnas que juz– gábamos monolíticas se derrumban. En el mundo eclesial, también está en el 1 plano intelectual, pastoral, disciplinar o cualquiera de los planos. Aún se anda buscando para los dogmas una nueva interpreta– ción más comprensible para el hombre de hoy. Muy en consonancia con la tesis de siempre sobre la evolución de los dogmas. Quien esto no entienda es un viejo aunque tenga veinte años. Y de estos también se encuentran. Gentes instaladas en ünas catego– rías mentales de las cuales no hay quien les apee porque se sienten muy agusto. Eso lleva al anquilosamiento, a la herrumbre mental. Pero hemos de decir que lo intelectual, siendo importante -algo de lo que la Iglesia está muy preocupada a través de la llamada for– mación permanente-, no lo es todo. Mucho más que el intelecto es el espíritu. Y éste necesita un clima propicio de gracia y de ilusión. No es necesario insistir en que la juventud es la edad de las ilu– siones. El que más o el que menos piensa que va a transformar el mundo, o una de sus parcelas. La vida se le abre por delante. Es un conquistador a quien se le ha encomendado una gran misión. Si a pesar de los traspiés, los errores, los fracasos, los testarazos de la vida se conserva esa ilusión y se vuelve a empezar, se es joven. Tan joven como el agua del arroyo que cuando un peñasco se le pone delante busca otros cauces. Pienso que he escrito en estilo un poco alegórico, pero suficien– temente claro para ser entendido. Y pienso que si amamos a la Igle– sia, a Cristo, hemos de andar buscando nuevos cauces para este cris– tianismo, fermento del mundo. Como Pablo en sus tiempos. 91

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