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TESORO DE GLORIA Décimo domingo «Por eso no nos desanimamos. Aunque nues– tra condición física se vaya deshaciendo, nues– tro interior se renueva de día en día. Y una tri– bulación pasajera y liviana produce un inmen– so e incalculable tesoro de gloria». (2 Cor. 4, 16-17). Nosotros los cristrianos sabemos muy bien eso de atesorar, a tra– vés de nuestra peregrinación, tesoros para el cielo. Desde que Cristo nos dijo aquello de que atesorásemos para el lugar donde los ladro– nes no roban, ni corroe la herrumbre. Pero pienso que eso es una creencia universal. Las mil leyendas, sagas, parábolas, sentencias de todas las religiones del mundo nos vienen a contar, de una manera o de otra, lo mismo. Quiero citar aquí a un poeta pagano, eminentemente lírico y reli– gioso, Tagore, que nos dice en su Ofrenda Lírica lo siguiente: «Iba yo pidiendo de puerta en puerta por el camino de la aldea cuando tu carro de oro apareció a lo lejos como un sueño magnífico. Y yo me pregunté maravillado quién sería aquel Rey de Reyes. Mis esperanzas volaron hasta el cielo, y pensé que mis días malos habían acabado ... La carroza se paró a mi lado. Me miraste y bajaste sonriente. Sentí que la felicidad de la vida me había llegado al fin. Y de pronto tú me tendiste tu diestra diciéndome: «¿Puedes darme alguna cosa?» Saqué, confuso, desr-acio, de mi saco un granito de trigo y te lo di. 86

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