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cordó aquello de Tertuliano: «La sangre de los mártires es semilla de cristianos.» Ahora se trata de dividir a la Iglesia desde dentro. Cuando se intenta eso, no siempre se hace consciente y sistemá– ticamente. A veces se hace pensando hacerla un gran bien. Pero su– cede que se la está dividiendo. Se está «hiriendo a los pastores para que las ovejas se dispersen», se desorienten, no sepan a qué ate– nerse. El humo de Satanás, del que habló Pablo VI, se está filtrando en– tre las fisuras del gran bloque de la Iglesia. Pues el cuerpo que en· cierra la fortaleza de Cristo tiene también sus fragilidades. Lo malo del asunto, y lo estamos comprobando, es que cada cual dice que son los «otros» los inmersos en el humo de Satanás. Uno es el portador de la luz. Y aunque ataque a la mismísima Iglesia, está haciendo un gran bien. Se vuelve a repetir por enésima vez la parábola de la paja y la viga. Hay una cosa cierta, nos cueste o no reconocerlo, la luz es Cristo. Cristo ha dado sus poderes a Pedro y a sus sucesores. Estos son los obispos. Por eso cuando Pedro habla de cuestiones de fe y costum– bres, usanáo su suprema autoridad, está lanzado un rayo de luz sobre las tinieblas del mundo, o sobre las mentes obnubiladas de tantos cristianos en confusión. Sabernos que los obispos cuandos hablan colegialmente son los auténticos sucesores de los apóstoles, en comunión con Roma. Si su doctrina es moralmente de un colegio episcopal -conferencia episcopal, decimos modernamente- es la auténtica doctrina de la Iglesia. Usan para ahora mismo esa facultad que Cristo les ha dado «de atar o desatar» tan fuertemente «que será atado o desatado en el cielo». Por eso, aunque haya mucho humo, mucha oscuridad, mucha con– fusión, procuremos mantener las mentes claras. Que la luz de Cristo !legue hasta nosotros, y que nosotros la proyectemos a los demás. Que se cumpla lo de San Pablo: «El Dios que dijo: «Brille la luz en el seno de las tinieblas», ha brillado en nuestros corazones para que nosotros iluminemos dando a conocer la gloria de Dios reflejada en Cristo.» 85

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