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LA LUZ V EL HUMO Noveno domingo «Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordi– naria es de Dios y no proviene de nosotros>i (2 Cor. 4, 7). Recuerdo muy bien lo que decía aquel párroco de aldea, que te– nía mucho celo de las almas y mucha experiencia. Sentenciaba así: -Vienen por aquí muchos predicadores tratando de probar que la Iglesia es obra divina. Que los poderes del infierno no podrán contra ella. Que Cristo la sostiene ... y no sé cuántas cosas más. A veces son tan abstractos, tan eruditos, tan hombres de laboratorio, que las gentes no les entienden. Y esto está más claro que la luz. Si no fuere obra divina, ¿dónde estaría ya la Iglesia con todo lo que están haciendo contra ella? Lo que están haciendo y lo que han hecho. San Pablo ya hablaba de eso. De cómo él y los cristianos habían sido zarandeados. Y a pe– sar de llevar en sus cuerpos de barro -barro frágil y pecador- la luz de Cristo, ésta persistía porque Cristo mismo era su fortaleza. San Pablo escribió eso cuando todavía no habían comenzado las persecuciones sistemáticas contra la Iglesia. La primera le tocó a él. Su cabeza cayó segada donde ahora se levanta la basílica de San Pa– blo Extramuros, en Roma. Luego hubo otras mucho más virulentas. Y las persecuciones han seguido a través de los siglos. No habrá nación cristiana que no la haya conocido. Nosotros también. Y no de las menos violentas. Y a pesar de ser tan pecadores y tan frágiles como todos saben; todos saben, también, que las defecciones fueron nulas. Ahora las persecuciones se han hecho más refinadas. El que dijo «no queremos mártires sino apóstatas», supo lo que dijo. Quizás re- 84

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