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Octavo domingo «Hermanos: ¿Necesitamos presentaros o pe– diros cartas de recomendación?» (2 Cor. 3, lb). LAS RECOMENDACIONES ¡Las recomendaciones! Esa moderna plaga de las recomendacio– nes ... No tan moderna, amigo; no tan moderna. Por lo menos San Pa– blo ya hablaba de ello. Lo pregunta en la carta que la liturgia de hoy recuerda: «¿Necesitamos presentaros o pediros cartas de recomen– ción?» Luego da no sé cuántos circunloquios para autorrecomendarse, para defenderse, para recalcar lo que era la pura verdad; que él no era nada más que un ministro de Cristo que sólo buscó predicarles el Evangelio, llevar a Cristo, hacerles cristianos ... ¿Hay mejor reco– mendación que esa para un apóstol? Pero, ya que de las recomendaciones hablamos, San Pablo usó de recomendaciones a lo largo de su vida. Fue recomendado a los hermanos en diversas ocasiones. Escribió él cartas de recomenda– ción. Recordemos si no la carta a Filemón. Sabemos que a Cristo le recomendaron ciertas personas, y que Cristo hizo caso: por ejemplo, el centurión romano que pedía la sa– lud de su criado. Por ello hemos de tomar con pinzas esa frase que algunos «puri– tanos» dicen: «Si yo fuese quién, suprimiría de un plumazo todas las recomendaciones.» Harían caso de las recomendaciones como todo «quisque». Mientras los hombres pisen tierra en nuestro planeta azul, y aun– que escapen para otro, seguirá habiendo recomendaciones, influen– cias y etcéteras. Con eso hay que contar. Es ley de vida y forma parte del juego. 82
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