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Se trataba de una cuestión que entonces tenía importancia: el comer la carne sacrificada a los ídolos. Algunos identificaban este acto con el de dar culto a los mismos ídolos. San Pablo, aunque sabe a qué atenerse, se da cuenta de que vive en medio de los hombres. Mucho antes que fuese· expresado que el hombre era el «yo y su circunstancia». Y en el caso de los cristianos tenían que prescin– dir de su yo. -Je su egoísmo, para pensar en los demás. El fue ejemplo de hombre que pensó siempre en los demás. Lo testimonió, en esta carta: «Por mi parte, yo procuro contentar en todo a todos, no buscando mi propio bien, sino el de ellos, para que todos se salven.» He aquí el culmen de la simpatía tal como la hemos entendido y enfocado. Buscar el bien de los demás es mucho más que el «pien– sa en los demás». Es hacer algo, es prescindir de tantas cosas que nos resultan agradables. Es dar el tiempo, la comodidad, el dinero, la salud, y la vida si fuera preciso, porque los otros se salven. San Pablo, un hombre de estatura pequeña, fue un gigante en este sentido. Débil de salud, casi ciego, recorrió prácticamente todo el mundo romano llevando la buena nueva del Evangelio a todos los hombres. Por ello y por los hombres sufrió: «Cinco veces recibí de los judíos cuarenta azotes menos uno. Tres veces fui azotado con varas, una vez fui apedreado, tres veces padecí naufragio, un día y una noche pasé en los abismos. Muchas veces en viajes me vi en peligros de ríos, peligros de ladrones, pe– ligro de los de mi linaje, peligros de los gentiles, peligros en la ciu– dad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligro entre los falsos hermanos. Trabajos y fatigas en prolongadas vigilias muchas veces, en hambre y en sed, en ayunos frecuentes, en frío y desnu– dez; esto sin hablar de otras cosas, de mis cuidados de cada día, de la preocupación por todas las iglesias.» Esta es la auténtica simpatía. Oue no consiste meramente en son– reír, en caer bien, en dar buenas palabras. Sino en entregarse por los demás. Así debiéramos de hacer todos los cristianos. Pues con– cluye sus consejos de hoy diciendo: «Seguid mi ejemplo como yo sigo el de Cristo.» 79
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