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Lo primero sacrificar nuestra propia vanidad o, quizá, nuestra men– talidad. Algunos piensan que predicar la verdad es echar contra eso y aquello. O lanzarse sobre las piadosas mujeres de los domingos con pose de líderes. Es un magnífico trampolín de lucimiento. Tan ineficaz e irritante como aquel otro -ahora ya desfasado- de las modas. ¿Qué conseguimos con aquello? Irritar a unos, escandalizar a otros y halagar a las mujeres, que a éstas les gusta que se ocu– pen de ellas, aunque sea para criticarlas. El más libre en predicar el Evangelio fue San Pablo. Nos lo re– cuerda hoy. Aun reconociendo sus derechos a vivir de su aposto– lado, quiso vivir de su oficio de tejedor. Y únicamente organizó sus clásicas colectas en pro de la Iglesia de Jerusalén. Y admitió para sí ciertas ayudas. Y San Pablo no predicó contra la esclavitud que entonces estaba vigente de modo directo e hiriente. No predicó con– tra los poderes constituidos, sino más bien a favor de ellos, aunque estaban presididos por Nerón que sería quien le mandase matar. No predicó contra la patria a la que pertenecía, sino que se sintió orgu– lloso de ser al mismo tiempo judío de raza y ciudadano romano de nacimiento. Entonces, ¿qué predicó San Pablo? Nos lo dice él: « La buena no– ticia.» Predicó una doctrina positiva, constructiva. Habló del amor, de la fe y de la esperanza. De la unión e igualdad de todos. Del cuer– po místico de Cristo: De la libertad de los hijos de Dios, aunque El se sometiese -por eso de no escandalizar- a ciertas implicacio• nes que llevaba consigo la ley judía. Y su doctrina triunfó. Porque fue como una semilla que agran– dándose tiró por tierra muchas cosas mal construidas. las hizo re– ventar como un tumor que estaba minando a la sociedad. El día que nosotros nos pongamos en la actitud de San Pablo es– taremos prestando el mejor servicio a la sociedad en la que vivimos. Seremos sal y luz. Conseguiremos así mucho más que tirando barro a los ojos de los otros. A lo peor vemos una viga donde hay una paja. Si la sociedad constituida por cristianos quiere pagar esos servi– cios, eso es de justicia. No es para estar agradeciéndoselo de ro– dillas el resto de los días de nuestra vida. 77

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