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LA PAGA Quinto domingo «Hermanos: El hecho de predicar no es para mí motivo de soberbia. No tengo más remedio y ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1 Cor. 9, 16). La paga es algo que nos preocupa a todos. Que necesitamos pa– ra vivir. Cada día y cada mes. Aunque sean más cortos y no tengan la supercuesta de enero. Lo extraño es la paga que San Pablo reclama para sí: «¿Cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándole de balde, sin usar el derecho que me da la predicación de la buena no– ticia.» Mira por cuanto esto vuelve a estar de actualidad en España. La primera paga del sacerdote debe ser la libertad para predicar el Evan– gelio. Sí le falta esa libertad es que le han comprado por menos de treinta monedas de plata. Querer amordazar la voz de la Iglesia por una cantidad mayor o menor de dinero es un auténtico soborno. Pienso que eso no se da en nuestra Patria. Pues se ha recono– cido desde las alturas la mutua independencia de ambas sociedades para cumplir su respectiva misión. Y quien esto escribe ha predica– do en muchas partes y nunca ha tenido interferencias ni dificultades para anuncar el Evangelio. La dificultad proviene, a veces, de nosotros mismos. Nos falta valor para decir la verdad pura y estrictamente sin complicaciones de derecha o izquierda. ¡Rectamente! Fue escrito hace tiempo: «Quien quiere anunciar lo divino, debe entregarse íntegramente a lo divino y sacrificarse completamente.» 76
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