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Cuarto domingo «Hermanos: Quiero que os ahorréis preocu– paciones: el célibe se preocupa de los asuntos del Señor, buscando contentar al Señor... (1 Cor. 7, 32). SIN TRAMPA NI CARTON Asombra la clarividencia y actualidad de San Pablo cuando en– foca en sus raíces un problema tan frecuentemente desenfocado: el celibato. San Pablo induce, exhorta, aconseja el celibato. Razones: el me– jor servicio al Señor, a la Iglesia y al Pueblo de Dios. Podemos ver estas razones claramente no sólo en el párrafo de la liturgia de hoy, sino en el contexto de la primera carta a los corintios, capítulo siete. El celibato eclesiástico no pasa de ser una ley eclesiástica -val– ga la redundancia para que no se nos olvide-, pero una ley muy razonable y que tiene sus fundamentos bíblicos. Se pone por motivos sobrenaturales -«por el reino de los cie– los»- y para mejor servir a los hombres. La Iglesia a lo largo de los tiempos ha vivido los vaivenes del ce– libato. En algunas épocas negras de su historia tuvo que luchar de– nodadamente para purificarla y para mantenerla por encima de todo. Hoy persiste en mantener vigente esa ley a pesar del culto a la libertad, la personalidad y la sublimación de la sexualidad. Los mo– tivos son los mismos que invoca San Pablo. Pero la Iglesia, hoy como ayer, no trata de tender a nadie una trampa. No engaña a nadie. Al contrario, quiere que sus sacerdotes se vinculen con ese compromiso con ojos muy lúcidos. Por eso ha abierto mucho más que nunca las puertas de los seminarios para que los futuros sacerdotes conozcan mejor el mundo, la vida fami– liar, tengan contacto con las gentes, se den cuenta a qué se com– prometen y hagan su promesa de servir a Dios perpetuamente a tra– vés de una consagración especial con los ojos muy abiertos. 74

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