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San Pablo nos advierte en su carta de hoy: «Queda como solu– ción que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que están alegres, como si no lo es– tuvieran; los que compran, como si no poseyeran; los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él; porque la presentación de este mundo se termina.» ¿Quiere decir esto que hemos de ser indiferentes a las bellezas, a los afanes del mundo? No. San Pablo mismo lo desmiente con su vida, gritando contra aquellos que no hacían más que esperar la muer– te y no trabajaban. Dijo algo tan elemental como esto: «El aue no trabaje, que no coma.» Lo desmintió con su vida de peleador infa– tigable por un mundo mejor. Iría eso contra la doctrina cristiana, que nos dice que el mundo, la vida y todo lo que tenemos es don de Dios, que desea lo disfru– temos, lo aprovechemos al máximo y lo hagamos prosperar. ¿Entonces? Meramente que no consideremos esto como defini– tivo. Que hay cosas mucho mejores. Otro mundo, otra vida supe– rior ... No poner todos los afanes en el presente. Ser hombres con esperanza. Unamuno, el gran angustiado, solía recordar aquellos versos de la coplilla popular: «Cada vez que considero que me tengo que morir, echo mi manta en el suelo y no me harto de dormir.» Unamuno vivió en continuo sobresalto. Con un terror morboso a la muerte, porque pensaba era el morir definitivo, aunque tiene pá– ginas maravillosas sobre la inmortalidad. Nosotros hemos de vivir la vida sin sobresaltos. Porque estamos seguros -seguridad de fe cristiana- que hay otra vida mejor. Y que ~ste mundo es un presagio, una presentación, un preanuncio -pon– gamos el epíteto que queramos-, de otro mundo mejor y de otra vida sin muerte. 73

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