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Solemnidad del Corpus Christi «Cuánto más la sangre de Cristo, que en vir– tud del Espíritu eterno se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, lleván– donos al culto del Dios vivo» (Hb. 9, 14). LA SANGRE DEL CORDERO ¡La sangre! Siempre la sangre en primer plano. Ahora mismo se nos muestra el reguero de sangre que ha dejado un hombre asesi– nado sobre la acera. Se piden angustiosamente donadores de sangre para salvar, por eso del milagro médico de las transfusiones, tantas vidas humanas. La sangre tiene un valor insustituible ahora mismo, porque es la corriente vital de nuestro cuerpo. Antiguamente no le reconocían tanto valor científico, pero sí má– gico y ritual. Existía la idea de que la vida estaba en la sangre, por eso de que el perder la sangre significaba perder la vida. Se ofre– cían sacrificios de sangre en favor de los hombres, a dioses invisi– bles. Subía el olor de la sangre sacrificada propiciando por los hu– manos. Se hacían pactos de sangre ... Mucho antes de los israelitas ya los pastores celebraban la Pas– cua que era la fiesta del cordero, cuando nacían los nuevos corde– ros, cuando tenían que emigrar en busca de nuevos pastos. Sacri– ficaban un cordero para comerlo de pie, en plan de marcha, untaban los postes de sus tiendas para ahuyentar los malos espírtus y para que el camino fuera leve. Los israelitas lo que hicieron fue sacralizar todo eso. Pero el auténtico cordero, el definitivo, fue Cristo. Con él que– daron superados y cancelados todos los sacrificios de sangre. Bastó que se sacrificase una vez para siempre y por todos los hombres en ese templo que no conoce columnas ni techo. La fiesta del Corpus quiere honrar al Cuerpo y la Sangre de Cris– to. Aunque citemos una sola, al comulgar o al honrarles, sabemos que están unidas. Forman un todo vital. Esa sangre es la misma que la Virgen le dio en Nazaret. La mis- 66
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