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Podría decirnos: Después de tanto que hicimos por ti, todavía ... Un autor ascético se atreve a interpretar la agonía, la angustia, la tristeza de Jesús en el huerto de Getsemaní, diciendo que fue consecuencia de la previsión de que luego de haber hecho tanto por nosotros aún no íbamos a confiar. Me parece que cada uno de nosotros tenemos que doblarnos hu– mí ldemente y tratar de despegar de nuestra alma tanta costra de temor, de horror, de jansenismo, como se nos ha ido posando en el alma. Aunque la Iglesia haya luchado contra tanta herejía que nos que– ría arrancar la confianza en el buen Dios, la doctrina diabólica se ha ido infiltrando, incluso mucho más allá de donde imaginábamos. Será bueno que echemos por la borda el lastre de temor que nos hunde y volvamos a las fuentes más purás del Evangelio para dar– nos cuenta de la grandeza de la paternidad de Dios. Esta carta de S. Pablo en el día de la Trinidad, la familia divina que anhela cobijar a toda la humanidad, es un grito de confianza y una proclamación de esa paternidad y filiación con todas las con– secuencias. Porque somos hijos de verdad. Hijos adoptivos, pero no con esa adopción legalista de los humanos. Dios nos dio su vida divina, a su imagen y semejanza. Tenemos la misma sangre y la misma cara de Dios. Si hijos, herederos. Somos coherederos con el heredero por an– tonomasia: Cristo. El hogar de Dios, el cielo, es nuestro hogar. Es para nosotros. En el día en que nuestro Padre Dios nos juzgue sobre el amor a los hermanos, nos dirá: «Venid benditos de mi Padre a poseer el reino de los cielos que os está preparado desde el princi– pio del mundo.» Así de bello y así de cierto. Ni más ni menos. Sí no, leamos des– pacio, meditemos esta maravillosa carta que S. Pablo nos escribe en el día de la fiesta de la Trinidad: la fiesta de la gran familia de Dios y de los hombres. ¡Todos hermanos, y Dios nuestro Padre! 65
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