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Santísima Trinidad «Hermanos: Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios. Ha– béis recibido no un espíritu de esclavitud para recaer en el terror, sino un espíritu de hijos adoptivos que nos hace gritar: ¡Abbá! (Padre)» (Rom. 8, 14-15). iABBA!: PADRE Querido amigo: Otra vez la palabra maravillosa del Padre. La hemos comentado mutuamente ya. No quisiera decir las mismas cosas. Lo primero que tengo que decir es que esa palabra de Abbá, pa– labra aramea que la liturgia primitiva conservó del idioma que habló Jesús, será sin duda una de las palabras que más pronunció Jesús. Es un diminutivo amoroso, confiado, sobre nuestro Padre Dios. Equivalente a nuestro papá. El Espíritu, que es el alma de la Iglesia y el impulso que sobre– naturalmente nos mueve a cada uno de nosotros, nos lleva a repetir esa palabra que Cristo y los primitivos cristianos dijeron con en– trañable ternura. Porque la gran donación que Cristo nos hizo fue la de, además de darse, darnos a su Padre como padre nuestro. El mismo nos enseñó a rezar el Padre nuestro. Así, en plural. Porque nos hizo hermanos suyos y en él hermanos uno de otros. Por ello la peor ofensa que podríamos hacer a Jesús y a Dios nuestro Padre es la desconfianza. 64

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