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Séptimo domingo de Pascua «Queridos hermanos: Sí Dios nos amó de es– ta manera, también nosotros debemos amar– nos unos a otros» (1 Jn. 4, 11). LA RAZON DE LA SINRAZON Querido amigo: iY cómo nos amó Dios! No es cosa de recordar aquí lo tantas veces recordado. Pero sí será bueno meditarlo. Reco– rrer, como un libro mil veces leído y punteado de rojo, esos hitos estelares del amor de Dios por nosotros. La Biblia da testimonio de eso, y en el punto culminante, el Hijo. Sin embargo, la sinrazón está justamente en ese tenernos que amarnos los unos a los otros. No porque no recordemos que es el gran mandamiento, sino porque si El nos amó tanto, lo lógico, en justa correspondencia, sería que nosotros le amáramos a él. Parece la exigencia lógica. Hasta gramaticalmente. Y... ya vemos. La razón de la sinrazón está en algo que comen– tábamos hace unos domingos: que el prójimo es el espejo de Dios. Y tanto da ir por las imágenes, que directamente. Incluso para nos– otros, tan limitados, las imágenes nos facilitan el acceso. Pero dejemos eso. Vayamos al amor. ¿Cómo tenemos que amar– nos los unos a los otros? Pienso que cada época tiene su medida. Y la nuestra tiene la dimensión social. No lo social por lo social, pues a lo peor eso terminaría por sonar a vacío. Un lugar común del que se habla cuando no se sabe de qué hablar. Como antes sobre el sexto mandamiento. Pero sí lo social en el sentido de que hoy el mundo no sólo es redondo, sino que es «próximo». Los problemas más remotos están 60
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