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LA ASCENSION Ascensión del Señor ... «para que comprendáis cuál es la esperan– za a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos y cuál la ex– traordinaria grandeza de su poder para nos– otros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa que desplegó en Cristo». (Ef. 1, 18-20). Querido amigo: ¿Verdad que la Ascensión evoca en nosotros nos– talgia? Nostalgia de ese Cristo que se nos va entre nubes y suspiros a un cielo remoto. Los versos de fray Luis de León han calado muy hondo en nuestra alma. Los versos y las largas tradiciones de siglos. Y si nos paramos a pensarlo un poco, esa actitud es como la de los apóstoles antes de la Ascensión. Cuando Cristo, en la Ultima Cena, les tuvo que decir: «Os conviene que me vaya ... » Sí, porque Cristo se ha ido como primicia de todos los que han de seguir el mismo rumbo. Que, al fin y al cabo, es el rumbo de to– dos los hombres. En primer lugar. porque el hombre es un caminan– te, un peregrino. Idea de varias formas desarrollada, en la que no insisto. Pero sobre todo porque el hombre es un buscador. Desde que le pusieron en la tierra no ha hecho nada más que buscar: en la perife– ria, en los abismos, en las entrañas de la tierra y en las entrañas del cielo. Y eso siempre fue así; hoy, eso está elevado al espacio ... Hermann Oberth, el «padre de la astronáutica», afirmó que en la próxima década el hombre llegará a Marte. Y afirmaciones más con– tundentes existen. Parecen jactanciosas. Pero hemos llegado a un 58
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