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la energía mundial. Donde las gentes se preocupan de los regímenes de adelgazamiento. Los que tiran la leche a las minas abandonadas para que la leche no baje de precio son cristianos. Esto sucedió en Gran Bretaña. Sin duda, los ganaderos tenían razón sobre el precio de la leche. Pero pensemos que hay cantidad de niños en el mundo que mueren o contraen enfermedades incurables por falta de alimen– tos adecuados. Y puestos a tirar, se tiran los plátanos, las hortalizas, el pescado, las patatas. En otros lugares (EE. UU.) se subvenciona a los agricul– tores que dejen en barbecho millones de hectáreas de tierras de pan llevar. Ese pan no llega nunca a los hambrientos. Varios siglos antes de Cristo y de Israel -no es, por tanto, el faraón de José-, un faraón hizo grabar en la piedra el grito de su pueblo hambriento. Aun ahora suena desgarrador: «Desde la altura de mi trono lloro esta gran desgracia. Durante siete años no se ha recogido la cosecha del Nilo. El trigo es escaso. Los víveres faltan. Los hombres, convertidos en ladrones, roban a sus vecinos. Las gentes querrían correr, y no pueden andar. Los niños lloran. Los jóvenes se tambalean como ancianos. Sus piernas se do– blan y arrastran míseramente. Sus almas están destrozadas. Los te– soros de los Grandes están abiertos. Los cofres de las provisiones, descerrajados. No tienen nada más que viento. Todo ha terminado.» Este grito parece actual. Y, sin embargo, resonó por primera vez hace cuarenta siglos. La diferencia entre entonces y ahora es que por medio está eLcristianismo, que es amor, comenzando por lo más ele– mental: por dar de comer al hambriento... , y que actualmente el hom– bre tiene la capacidad de vencer al hambre. No depende ya del ritmo de las crecidas o de las cosechas. Por ello el hombre es mucho más responsable. Bastaría dejar a un lado la carrera de armamentos, dedicar eso al desarrollo de los pueblos, y en veinte años nabría desaparecido el subdesarrollo. AsJ, como suena. Pero los hombres prefieren matarse. Y lo peor es que las grandes potencias que fabrican los armamentos y tienen las gran– des reservas de alimentos se llaman cristianas. Eso es de palabra; que de verdad, de verdad, no. 55

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