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Cuando cumplimos algo sin amor, el deber degenera en opresión. Los mandamientos resultan una losa que nos aplastan. Y es una pena que podamos calibrar los mandamientos por ahí, porque si hay alguna ley transida de amor son los mandamientos de la ley de Dios. Surgieron en un desierto. Surgieron para encauzar a un pueblo y a la Humanidad. Sin mandamientos, nuestro planeta es peor que el desierto; es la jungla. El hombre ya no será el hermano; será peor que el lobo del filósofo. Si algo hacen resaltar los mandamientos es al hombre como her· mano: a él tenemos que respetar en sus canas y autoridad, en su vida, en su cuerpo, en sus bienes, en su fama, en su intimidad. Es justo el hermano del que no se puede abusar. No es un objeto, sino una persona, un hermano. ¿Por qué? Sencillamente -los primeros mandamientos no lo dicen expresamente, pero lo insinúan-, porque Dios es nuestro Padre. Sólo bajo la idea inmensa, amorosa, de que Dios -al que debemos amar sobre todas .(as cosas- es nuestro Padre podemos amar al hermano. Sea el que sea, y cueste lo que cueste. Cuando esto se olvida, por mucho que nos llamemos cristianos, que estemos bautizados,. que tengamos los padrinos que sean, la tierra es la jungla. La peor de todas. Pues en la otra, en la verde jungla de las fiera&, los salvajes luchan noblemente -,cada cual con sus armas- por el ciclo de la pervivencia. Y respetan sus cotos de caza. Pero en la jungla del asfalto, si esto se olvida, se da la caza del hombre por el hombre. Se mata al hombre por matar, se exalta la vio– lencia por la violencia, y se declara la guerra por un mezquino inte– rés, por puro egoísmo, lo contrario del amor puro. En una conversación telefónica de «Cosa Nostra» interceptada por el F. B. l., James Torello decía a Frank Buccieri, que se reía: «A Jack– son lo colgarpn de ese gancho de carnicero. Era tan pesado, que lo dobló. Estuvo ahí tres días, hasta que murió.» Hasta ahí, y mucho más, podemos llegar sin ley y sin Dios. 51

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