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Segundo domingo de Cuaresma «Hermanos: Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? (Rm. 8, 31). ¡TENED CONFIANZA! Ese es el grito que parece levantarse entre las interrogaciones de la carta de S. Pablo. ¿Cómo podemos desconfiar de Dios si no perdonó a su propio Hijo por amor nuestro? Siempre cuando he llegado a León por la estación del Norte me he encontrado con dos manos dando la bienvenida: la mano de sus calles abiertas en abanico que se tiende bajo la vigía gótica de la torre de la catedral, y la mano de Guzmán, que se levanta nada más pasar el puente del Bernesga, entre la sinfonía acuática de mil surti– dores. Guzmán parece apuntar la estación. Dicen socarronamente los leoneses que está diciendo: -Al que no le guste León, ahí tiene la estación. Pero no es eso. Es la mano del padre que tiró un puñal para que matase a su hijo un traidor. Fue ~n Tarifa. Hace muchos siglos. Pre– firió perder a su hijo antes que perder una ciudad y entregar a sus moradores al degüello de los asaltantes. Si tuviéramos que hacer la estatua de nuestro Padre Dios podía ser algo parecido. Porque El no perdonó a su propio hijo por amor a nosotros. Esta es la pura verdad. Es el eje sobre el que debiera girar todo nuestro concepto de Dios. Porque nosotros -seamos sinceros- tenemos un concepto muy diferente de Dios. Frecuentemente pensamos en El como en un Se– ñor altísimo que está en la atalaya del cielo, vigilando el ir y venir de los hombres para ver sus fallos y castigarles. ¡Castigo de Dios! Cuántas veces habrá resonado esa frase en los labios de los huma– nos. Y, lo que es peor, pensamos en un castigo eterno ... ¿Dónde es– taríamos nosotros si Dios fuese así? 34
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