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que luego nos respondan ladridos más enfurecidos. Pero la verdad hay que gritarla aunque queme los labios y fuese más cómodo ca– llarse. Sin embargo, no dejamos de reconocer que siempre será más eficaz un testimonio de vida que una frase bien construida. El tes– timonio se da, se grita con todos los poros del cuerpo y del alma. La palabra esa sí que la lleva el viento para depositarla muchas ve– ces en el nido impermeable de los oídos sordos. Se ha dicho que ahora los seglares han llegado a su mayoría de edad. Quizá no hace mucho, en una Iglesia jerarquizada de otra ma– nera, los seglares quedaban muy debajo en la gran escalinata del tem– plo. Hoy se han puesto a nivel. El mismo Concilio llama a la familia «iglesia doméstica». Es allí donde siembra por primera vez la semilla de la fe. Donde se le ve fructificar, donde se advierten las primeras reacciones del niño ante enseñanzas que son muy fuertes para sus mentalidades infantiles. Por todo ello, cuando un padre de familia nos grita que no per– virtamos a su hijo, que no le digamos lo contrario de lo que él le dice -siempre que sea lo recto-, tiene toda la razón y merece to– dos nuestros respetos. Por mucho que nos duela, debemos aceptar esa increpación, que viene a ser como una denuncia de fe. El colegio debe ser continuación de la familia. Si existen cole– gios y la enseñanza no es monocorde, es por la libertad que los pa– dres tienen de elegir la enseñanza para sus hijos. Libertad que debe estar al alcance de sus conciencias y que debiera estar al alcance de sus carteras. Por ello no se puede tomar a estos hijos que se en– tregan a un colegio, como campo de experimentación para unas nue– vas teorías, a veces muy brillantes, pero tan fugaces como fuegos de artificio. No lo haría el profesor de química dándoles un fármaco de su invención y que esté experimentando. Menos se puede hacer en ma– teria de religión. Pues sabemos de teorías que nacieron y murieron entre sabios, como meras teorías, que luego se comprobaron sin fun– damento, pero algún imprudente las lanzó a la calle y han quedado como una bacteria que nos hubieran enviado en una carta mortal. El cultivo ha desaparecido, pero ahí ha quedado eso haciendo su daño. ¡Cuidado con la fe! 29
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