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Bautismo del Señor «En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo.'. -Está claro que Dios no hace distinciones: acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea» (Hech. 10, 34-35). COLABORADORES DEL EVANGELIO De muchas maneras se difundió el Evangelio entonces y ahora. Y siempre, en primer plano, la fe y el bautismo. La difusión del Evangelio por todo el mundo fue una tarea que Cristo encomendó a sus apóstoles. Quizá nos convenga meditar en esto para comprender que es tarea encomendada a todos. La Iglesia entonces constaba de muy pocos más. Incluso Cristo mandó a sus setenta y dos discípulos a esparcir la buena nueva por las aldeas por donde El iba a pasar pronto. Eran como unos adelan– tados suyos. Hoy la Iglesia está organizada. Pero se vuelve a esa idea, nunca perdida, de que la obra de la difusión del Evangelio es tarea de todos. No se puede dejar a unos pocos campeones dispuestos a partirse el pecho por Cristo. Todos, a fuer de cristianos, debemos dar testimonio de ese Evan– gelio, difundirlo a nuestra manera. Ser el fermento, la semilla, la luz sobre el candelero. Todas las cosas pequeñas que puedan llevar a resultados grandiosos. Nunca podemos prever' el resultado de una cerilla que arrojamos para que el viento la apague. Quizá el viento la lleve fatalmente pa– ra provocar el incendio del bosque. ¿Quién quema el bosque? ¿Quién difunde hoy el Evangelio? En estos momentos de profun– da difusión no podemos decir que el mejor medio de difundir el Evangelio sea el gritarlo por las calles o en los templos. Habrá que hacerlo. No podemos ser «perros mudos», como decía el profeta, aun- 28
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