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La paz es la palabra más volandera sobre los labios humanos. Y aunque muchos políticós la lancen como pájaro de mal agüero, sin em– bargo, en el fondo, todos queremos la paz. Antes cualquier cosa que la guerra. La paz sobre todas las cosas de la Tierra. Es cierto que con motivo del nacimiento de Jesús se hacen tre– guas de paz en todas las guerras. Treguas muy leves, muy cortas, pero, al fin, treguas. Es un influjo lejano y bienhechor de aquella paz que cantaron los ángeles para los hombres de buena voluntad. Es como una distribución hoy, para todos, de la gracia de Dios. Pero ... Quiza fallemos por la buena voluntad. Pues no nos fiamos los unos de los otros y queremos tener armas más eficaces que los de enfrente para poderlos a todos. Sabemos adónde llevan las carreras de armamentos. Por eso os pedimos que dejéis en los corazones de los humanos una chispa de vuestra paz para que prenda de ver– dad como una semilla y nos asegure una auténtica paz. Tenemos muy poca fe en la paz de los tratados. Se rompen cuando conviene. Tene– mos más fe en la paz de los hombres de buena voluntad. Si estos fuesen mayoría, la paz sería segura y duradera. Adiós, amigos. Quizá estáis llegando ahora a otro mundo habita– do donde la paz es ley de vida. Si allí os preguntan por nosotros, no les digáis lo que habéis visto. No os creerían: «Venimos de un mun– do donde se padece hambre y frío y hay casuchas miserables. Y ¿sa– béis en qué emplean sus habitantes gran parte del dinero? En produ– cir alimentos, en tejer ropa y construir casas, escuelas, ciudades ... Pues no. En inventar nuevas armas para matarse los unos a los otros. En eso emplean sus mayores presupuestos ... » No se lo digáis, por favor. Que también hay otras muchas cosas. Habladles del dinero, del pan, de las ropas, de las medicinas que llovieron del cielo -cual mensaje de paz y de bien- sobre las ciu– dades arrasadas. Decidles, sobre todo, que ha habido muchos hom– bres que donaron su sangre para los pobres seres desangrados y moribundos. Así verán otra cara de nuestro planeta azul. El más bo– nito, luminoso y cristiano. Y, ¿por qué no es todo luz? ¿Por qué vues– tra estrella tiene que desaparecer en el cielo y tenemos que encon– trarnos con los Herodes de ahora? ¿Por qué? 27

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