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¡LA PAZ! Epifanía del Señor «Hermanos: Habéis oído hablar de la distri– bución de la gracia de Dios que se me ha dado en favor vuestro» (Ef. 3, 2). Levanto mi mano al viento y lanzo, en esta fiesta de la Epifanía, mi mensaje de buena voluntad a todos los hombres, y a los Reyes Magos que desaparecen tras el horizonte. Os habéis ido. Pero habéis dejado la estela de la estrella detrás de vosotros: un poco más de amor, de esperanza y de fe. Esas tres virtudes básicas del hombre. Pero enumeradas al revés de siempre, porque a los hombres de hoy hay que llevarles a la fe a través del amor y de la esperanza. ¡Tres virtudes teologales, cual tres dones de Reyes Magos! ¿Sería abusar pediros uno más? Algo que necesitamos muchos: ¡La paz! Nuestro viejo mundo ha conocido muchas guerras a lo largo de los siglos. Guerras que duraron cinco, treinta y hasta cien años. Nues– tra última guerra mundial, que duró seis años, fue la más completa matanza de la historia: ¡Más de cincuenta millones de muertos... ! Lo peor es que no ha terminado del todo. Hay guerra en muchas partes: en el Extremo Oriente, en las mesetas asiáticas, en la entrada de nuestro entrañable mar Mediterráneo .. Y pequeñas guerras -guerri– llas- hasta en el Nuevo Mundo. Y en las carreteras de todo el globo, una guerra desenfrenada de los sinfrenos, de los que no saben fre– nar su sed de velocidad. Os digo, queridos amigos, que si hubiera un gigante tan gigantes– co o tan mágico que pudiera exprimir entre las tenazas de sus manos nuestro globo, como se hace con un limón, el zumo que saldría por todas partes sería sangre: mucha sangre. Sangre reseca; sangre que se ha hecho barro, sangre de guerras y de crímenes. Por eso no os extrañe que nuestro arrugado mundo levante su gemido como un po. bre viejo que únicamente quiere que le dejen en paz. 26
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