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donaos cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha per– donado; haced vosotros lo mismo:Y por encima de todo esto, el amor, que es ceñidor de la unidad consumada. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados en un solo cuerpo.» Todo un programa para la convivencia. Necesitamos todos mise– ricordia. Hemos de aplicar a los otros la misma medida que pedimos para nosotros. Necesitamos la bondad, porque si hay mal a nuestro alrededor debemos vencerlo con la sobreabundancia del bien que dimana de nosotros. Necesitamos la humildad para ocupar ese último puesto que a nadie gusta, o para hacer ese trabajo que nos pone en actiWP de ser– vicio hacia los demás. Necesitamos la dulzura, porque si la vida ya nos trae bastantes amarguras, si las espinas nos hieren por doquier, no vamos a ser tan canallas que nos dediquemos a sembrarlas con profusión, a derro– char nuestra energía y ... hacerlas rebrotar con más fuerza. Sobre todo, necesitamos la comprensión. Les hace falta a los hi– jos. Les hace falta a los padres. Suelen decir éstos: «Estos chicos ... » Y ellos responden: «Estos viejos ... ¡No nos comprenden!» Es muy po– sible. Pero cabría preguntar: ¿se comprenden ellos mismos? ¿V qué hacen ellos para comprenderlos? En la familia podrá haber roces, choques, pero debe triunfar una divina argamasa que está en la raíz de la misma familia: el amor. El «es el ceñidor de la unidad consumada». Donde existe el amor, todo se supera. Cuando eso se apaga, volver a encender la llama es casi imposible. Lo impide la ceniza arrojada sobre la antigua lumbre. Es casi un milagro. Pero esos milagros se dan. Para que meditemos en todas estas co– sas. para que la invoquemos y la tomemos por modelo ha puesto la Iglesia la fiesta de la Sagrada Familia en mitad de la liturgia de Navidad. 21

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