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Cuarto domingo de Adviento «Hermanos: Al que puede fortalecernos se– gún el Evangelio que yo proclamo, predicando a Cristo Jesús (Rom. 16, 25). PREDICAR EL EVANGELIO Un joven pidió a un sacerdote que le recomendase al menos tres libros estupendos para su espíritu. Este le dijo: «El primero que te recomiendo es el Evangelio. El segundo, el Evangelio. Y el tercero, el Evangelio.» Pienso que es una manera de llamar la atención sobre el libro de los libros, para que al menos se lea una vez. Pues resulta que en estos «tiempos de confusión» -la frase no es mía; es de todos- muchos encontrarían su orientación leyendo el Evangelio. La brújula de fe mira siempre al Evangelio. Cierto que se levantan ahora muchos evangelistas, pero los auténticos son cua~ tro, y el Evangelio, sólo uno. También llegan noticias de que en cualquier templo del mundo, «en estos tiempos de contestación,,, un fiel ha gritado al cura en la ho– milía: «Predique usted el Evangelio.» Y se marchó. Encontró una dis• culpa para salirse, para no volver, para librarse de una obligació11 que, quiera o no, sigue pesando sobre su alma. 14

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