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paralítica en una cama. Que quema su juventud, su vida por atender– la. Que se priva de todo eso que puede ser aliciente en una vida juvenil, en una vida corriente y normal sin complicaciones, pero que ella sabe que está allí su deber. Y lo cumple pensando en Dios y en su madre que es su prójimo. Santo es el médico, el sacerdote, la monja, la enfermera que se mete en medio de la selva, dejando otros lugares más cómodos y otros caminos más trillados, para hacer senda humana y cristiana en la jungla. Santo es el hombre que se mete en un suburbio -jungla sin as– falto-, que se juega su vida, su libertad en lucha contra la injusticia. Que denuncia. el pecado de tantos explotadores de hombres. Y podría vivir la vida tan guapamente, sin complicaciones. Pero lo hace por amor a Jesucristo y al hermano. Y sin odio a nadie. Denuncia un pe– cado, una estructura, una injusticia, pero no aborrece a ese pecador, a veces inconsciente, víctima de una maquinaria que no le permite pararse ni desentonar. Resumiendo y volviendo al revés una célebre frase de San Pablo: «Santidad es el fiel cumplimiento de la voluntad de Dios.» Lo cual es tan antiguo como los santos y los tratadistas sobre la santidad. De uno de nuestro siglo de oro copio su castellano clásico: «Mira, hermano, tú has contado muchas cosas buenas, mas a mi ver sabías dellas mal usar, teniendo más respeto a cumplir con tu voluntad que ni con la de Dios y con tu oficio ... Bueno es oír Misa y bueno rezar las horas canónicas; pero si mientras oías tu Misa y rezabas tus horas dejabas de oír y despachar los que habían de ne– gociar contigo, y eras causa de que se comiesen las capas en el me– són, dígote que te valía más no oír Misa ni rezar. Pues hubieras cum– plido lo que por razón de tu oficio era obligado, bien era que te pu– sieses en oración a Dios, demandándole gracia para que a servicio suyo y bien de la república pudieses ejercitar tu oficio. Mira herma– no: no hay oración (santidad) más grata a Dios que cumplir su volun– tad; y sabiendo tú ser ella que se haga bien al prójimo ¿pensabas servirle rezando con daño del prójimo? Por cierto, muy gentil ora– ción era la tuya.» («Diálogo de muertos», de Juan de Valdés.) Nosotros podemos preguntarnos cuál es la voluntad de Dios ahora para los cristianos de ahora. 149

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