BCCCAP00000000000000000000933

No podemos despreciar el auténtico don de profecía. Lo necesita la Iglesia, y se da. Lo importante es hallarlo entre la babel de pala– brería actual. Para encontrar una pepita de oro hay que remover cen– tenares de metros cúbicos de arena, o andar kilómetros de río. Para encontrar hoy en estos tiempos de renovación una minúscula verdad «nueva», que da luz a la gran verdad de Dios, hay que pensar mucho, leer mucho, abandonar fulgurantes teorías que son fuegos fatuos que ¼rillan una noche. En fin, escuchar más que hablar. Tenemos unas pistas ciertas para ello. En primer lugar, la contras– tación con el Evangelio. Todo aquello que esté conforme con el Evan– gelio, que nos presente un Cristo real, auténtico, tal como aparece en el Evangelio, con su cruz y todo, tiene visos de ser verdadero. La segunda pista es la conformidad con la enseñanza genuina de la Iglesia. Hay verdades que lo son de manera cierta, definida, y eso no lo puede remover nadie, por mucho que el dogma evolucione. Evo– lucionar no es pulverizar. Tenemos el magisterio actual de la Iglesia. Existe un Concilio que citamos con mayúsculas, pero que quizá estudiamos muy poco. Un Credo del Pueblo de Dios que no hemos olvidado, porque no hemos aprendido. Un Pontífice que recuerda constantemente unas verdades. Un magisterio episcopal que en bloque sigue siendo sucesor de los apóstoles en cuestiones de fe y de costumbres. Un pueblo de Dios que, unido a sus pastores, tiene un instinto certero de lo divino. Ese es el camino seguro. La historia nos viene a dar la razón. Cuando se rompe el hilo de oro que a cualquier innovador lo separa de la obediencia de la Iglesia, lo que queda es una barca que hace mi– les de aspavientos en el mar, que levanta alguna tempestad y termina por estrellarse. Unidos a los pastores, a la Iglesia -con mayúscula-, la renova– ción se dará, y el auténtico profetismo. Porque profeta es vidente. Mira hacia adelante. Busca un progreso en lo espiritual. Comenzando por sí mismo. ¿No dijo el Papa Pablo VI que sin renovación interior no habría verdadera renovación? Y San Pablo nos recuerda hoy: «No apaguéis el espíritu.» 13

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz