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Seamos realistas. Esto que tengo delante de mí cada día: esa máquina, esa mesa, esa· faena, eso es el deber nuestro, la misión, el combate. Combatir bien en eso es el mejor camino para llegar a ser campeones. ¿Nos parece vulgar? Dejemos a un lado a los dos campeones es– telares, cuya fiesta celebramos hoy. Comencemos por el principio. Jesús mismo se enterró materialmente en un oficio corriente en Na– zaret. Trabajó de carpintero. Un oficio noble, mucho más desde que fue ennoblecido por él. San José hizo exactamente lo mismo. María hizo lo que hacen cada día las amas de casa. Y son los más grandes. ¿Entonces? Entonces es que no importa lo que se hace, sino el amor con que se hace. Ese toquecito de amor es varita mágica, que convierte lo vulgar en grandioso. Porque Dios no nos mandó al mundo a cumplir grandes cosas, sino a cumplir una misión concreta. Y eso es lo que quiere que hagamos. Para que las pirámides sobresalgan de entre la arena, grandiosas y retadoras, se necesitan piedras enterradas entre la arena, que nadie ve ni admira. Pero, sin duda, son mucho más im– portantes. ¿Qué sería de las pirámides sin ellas? El mismo Pablo no fue nada más que un tejedor, cuyo oficio ejer– cía entre predicación y predicación para ganarse la vida. Pedro, un pescador, al que costó dejar sus redes, y que fue pescado por Cristo para que fuese pescador de hombres. Si ellos son grandes hoy es porque la semilla de su fe prendió en las almas, y los millones de cristianos de hoy les admiran. Y peregrinan a sus tumbas para ren– dirles un tributo de devoción y de fe. Otra enseñanza que nos da San Pablo es la contenida en esta fra– se: « He mantenido la fe.» Mantener la fe, nuestra fe. Esa que bulle en nuestra mente, en nuestro corazón, que alimenta el alma. Y man– tener la fe a nuestro alrededor. Podemos ser apóstoles como ellos. Para eso hay que saber irradiar esa fe, transmitirla con los medios que tengamos a mano a todos aquellos que nos rodean. No se nos pedirá ir a Roma para ser mártires allí. Pero podemos ser mártires de nuestra fe en el lugar donde Dios nos dio para florecer en este mundo, que necesita de testimonios y de mensajeros de fe. A veces, vivir de la fe, cultivarla, anunciarla, cuesta un martirio sin sangre. 143

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