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San Pedro y San Pablo DOS CAMPEONES «Querido hennano: Yo estoy a punto de ser sacrificado y el momento de mi partida es in– minente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Aho– ra me aguarda la corona merecida, con la que el Sefwr, juez justo, nze premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida» (2 Tim. 4, 6-8). Los que han peregrinado a Roma con motivo del Año Santo han tenido la ocasión de admirar las basílicas que los cristianos han le– vantado a estos dos campeones de la fe: Pedro y Pablo. Cada una, en su estilo, es única. Un símbolo de lo que son estos dos apóstoles. Porque son dos es– tilos distintos de evangelizar. Los dos, eficaces. Los dos llegaron has– ta el corazón del imperio. Los dos sufrieron el martirio. Cada cual, por su camino -y todos los caminos llevan a Roma-, llegaron a su meta. Y ésa es la gran lección que nos tienen que dar ambos a todos nosotros. Las palabras de Pablo valen para él y para todos: «He com– batido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe.» ¿Cuál es tu combate? No sueñes en gigantes, en grandes ejérci– tos, que no son nada más que molinos de viento levantados en tu cabeza. A cada uno de nosotros se nos dio como misión algo muy vulgar, muy rutinario y cotidiano. En esa palestra está el combate nuestro de cada día. No soñemos. Levantar castillos en el aire es muy fácil, pero destruirlos cuesta mucho. A algunos les dejan marcados para toda la vida. Caminan por la exístencia con su sueño y con sus almenas sobre la cabeza. 142

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