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Concédenos la tenacidad en el esfuerzo, la calma en el fracaso, el valor para comenzar de nuevo, la humildad en el éxito. ¡Abre nuestros corazones a la santidad! Concédenos una perfecta sencillez, un corazón puro, amor a la verdad y a lo esencial, fuerza para comprometernos sin cálculo al– guno, lealtad para reconocer nuestras limitaciones y para aceptarlas. Alcánzanos la gracia de saber acoger y vivir la palabra de Dios. Al– cánzanos el don de la oración. ¡Abre nuestros corazones a Dios! Te suplicamos el amor a la Iglesia, tal como tu Hijo lo ha querido, para participar en ella y con ella, en fraterna comunión con todos los miembros del pueblo de Dios -jerarquía y fieles- a la salvación de los hombres, nuestros hermanos. lnfúndenos hacia los hombres comprensión y respeto, misericor– dia y amor. ¡Abre nuestros corazones a los demás! Consérvanos en el esfuerzo de vivir y de aumentar este equili– brio, que es fe y esperanza, sabiduría y rectitud, espíritu de inicia– tiva y prudencia, apertura e interioridad, don total: ¡Amor!» Esta es la súplica. El amén tenemos que pronunciarlo nosotros con nuestra vida. Mantener el equilibrio ahora es lo difícil. Andar a ban– dazos por la vida es lo fácil. Basta con dejarse llevar por los torbe– llinos de las opiniones. Y sin dar bandazos, mantener una postura rectilínea, a derecha o izquierda, integrista o progresista. Eso es muy fácil. Es tomar un camino y seguirlo. Y sin hacer caso de razones, decir que nosotros estamos en lo cierto porque sí, y que los otros no tienen razón por– que no. Madre Inmaculada, concédenos el don del equilibrio cristiano. ¡lo necesitamos tanto! 139

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