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Toda la Biblia está estremecida con un temblor de miedo ante ese rescate que hay que pagar a Dios por los pecados que los hom– bres han cometido. Si algún pueblo se sintió pecador -todos los pue– blos se reconocieron así; lo prueban sus sacrificios a los dioses-, fue el pueblo elegido. Si alguna vez lo olvidaban, Dios les enviaba profetas para que se lo recordasen. Entonces pagaban por todos. Por el rescate de los primogénitos, por los pecados ... Pero como dice San Pablo: «Cristo canceló la nota de cargo que había contra nosotros, la de las prescripciones con sus cláusulas desfavorables, y las suprimió clavándola en la cruz» (Co– losenses 2,14). Desde entonces estableció El un reinado de amor. Se acabó el terror ante la divinidad. Testificó el amor de Dios por sus hijos, los hombres, y nos demostró El mismo su amor por nosotros. La ley de su reinado fue una ley de amor. Y cuando venga «sobre las nubes» para presentarse a todos los pueblos de la tierra, como Rey único, juzgará a los hombres sobre el amor. Vemos, pues, que es un Rey diferente. Y lo es de un reino dife– rente. Aunque su reino «esté en medio de nosotros», sabemos que tendrá su perfecto cumplimiento en la otra vida, que será el auténti– co reino de Dios. Algo así es el reino de Dios, que tiene sus raíces en la tierra, pero sus frutos eternos los da en el cielo. Pienso que en esta fiesta está condensada una de las principales doctrinas evangélicas. El sabe que nosotros somos ciudadanos, sacer– dotes dice el texto de hoy, de un reino eterno, pero todavía peregri– nos en una vida fugaz'. Que aunque a los ojos de los hombres aparez– camos como otros cualquiera, llevamos dentro una semilla eterna que se llama la gracia. Que reconocemos que Cristo es el Principio y el Fin, el Primero entre todos, el Todopoderoso. He aquí alguna de las ideas que la fiesta del día quiere meter en nosotros. Para nosotros debe ser un motivo de alegría el saber que, aunque a veces llevamos el gusto de la frustración en la punta de los labios, si somos como debemos, triunfaremos con Cristo en un reino eterno, donde El será Rey. 135

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